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No llamamos Otoño al fin del verano, ni llamamos verano al comienzo del Otoño (Genjo Koan)

“Aprehender el Tao con el Cuerpo”, es la practica de las Artes Internas de Movimiento Chinas
de la Nei Chia Ch’uan Shu, en el contexto y campo de la practica del Zen tradicional y el Tao.

Es una expresión de las enseñanzas del ShiFu Yuan Chueh y la Chin Lien Chia,

la Escuela Ch’an (Zen) del Loto Dorado de China (del Linaje de la Realización Completa)

y el ShiFu Augusto Al Q’adi Alcalde (Roshi), a quien Yuan Chueh autorizo plenamente como guía y

sucesor en su Linaje en el año 1974


Augusto, respondiendo a las sugerencias de su maestro Zen en la Isla de Oahu, Hawaii, reincorporo las Artes Internas del Movimiento a sus propias enseñanzas en el Linaje Soto-Rinzai Zen,en el que el mismo es un sucesor dharma.

En el Zendo y Dojo original de la Isla de Oahu, en la Nacion de Hawaii, del valle de Manoa, se realizaron regularmente y por muchos años intensivos, encuentros,retiros, enseñanzas y practicas guiadas por Augusto tanto como por sus estudiantes avanzados.

También continuaron estas actividades en el Dojo del valle de Palolo,

también en la Isla de Oahu, en la Nación de Hawaii.


Contacto: saludrebelde@yahoo.com.ar

© internacional 1984 Por Augusto Al Q’adi Alcalde


sábado, 18 de septiembre de 2010

A pesar de mi misma: Anne Hopkins Aitken


Anne Hopkins Aitken

Fue llamada Anna Stinchfield Hopkins cuando nació en Cook County, Illinois en Febrero 8, 1911 (certificado de nacimiento #6407).

Anne le dijo a su marido, Robert, que su nombre fue cambiado más tarde (quizás cuando ella tenía seis u ocho años de edad) por qué Stinchfield no salía positivo de acuerdo a la numerología. Su madre, Marian Stinchfield Hopkins, había nacido en Detroit, Michigan, y tenía 25 años cuando nació Anne. Su padre, Lambert Arundel Hopkins, nacido en New México, era un trabajador ferroviario y tenía 29 años a la fecha del nacimiento de Anne.

Anne paso dos años, desde 1929 a 1931, estudiando en la Oxford University y se graduó del Scripps College in Claremont, California (B.A., English, 1932). Luego prosiguió un masters degree en sociología, primero en la Stanford University en 1933, y más tarde en la Northwestern University, entre 1940 en 1942.

Aparte de los años en Oxford, ella también vivió en Inglaterra en el año 1937, y muchas veces en su vida viajó a Suiza, Finlandia, Francia, Alemania, España, Japón, Italia y bastante a Sudamérica.

Ella estaba viviendo en las habitaciones de la Honolulu Diamond Sangha in Pālolo, Honolulu, Hawai‘i,, cuando se enfermó con síntomas de gripe y luego murió de un ataque coronario dos días después, el 13 de junio de 1994.

Por esas cosas de la vida, me tocó estar allí, enseñando y aprendiendo junto a Robert Aitken Roshi, y así, el impacto de la muerte de esta persona, que fue tan importante en mi vida y en mi práctica, una amiga, compañera, madre, "musa inspiradora", mi "Diosa" (Godess) como solía decirle bromeando a través de los muchos años en que fui afortunado de compartir su presencia, el impacto fue fuerte, y sentí a partir de allí que algo, relacionado con "lo femenino", en ese valle y en esa práctica, y muy probablemente tambien en mi mismo, simplemente había volado.

Queda abierta la necesidad y posibilidad de nuevamente evocarlo en nuestras vidas y practicas.

Ella tenía 83 años en ese momento, y su presencia aún perdura, estoy seguro, como inspiración, en muchos corazones y caminares, así como en los míos.

Realmente había una Sociedad Dharma de compañía y amor entre ella y Robert Aitken Roshi. Y la hubo por muchísimos años, y estoy seguro de que prosiguió aún después de su muerte. Ésta posiblemente comenzó durante el viaje de bodas a Japón, vivencia que ella misma describe en el artículo que humildemente traduzco aquí. Y luego en 1959, ella fue una base fuerte que ayudó a fundar el Zendo Koko An, otro lugar histórico y entrañable en el que me tocó vivir, practicar, y que aún existe en mi corazón muchos años después de su desaparición como centro Zen.

Ojalá ese Koko An Zendo original renazca en muchas tierras y corazones, brotando de las esporas que seguramente lanzo al viento del Dharma.

Alguien me dijo, según tengo en mis notas de viaje, es esos tiempos, que Anne "transmitía su comprensión del Zen mediante su presencia, y su caminar flotante y danzado, sus palabras de aliento y de bienvenida, tan claras y consistente a la vez que íntimas, que era como un abrazo, ella sentía que un corazón hermoso, cosas hermosas y acciones hermosas, estaban todas hilvanadas como las cuentas de un collar, su serenidad, humor y perseverancia, esas fueron sus enseñanzas. Evitaba los halagos, aun los sinceros, y sentía que lo que podía ofrecer eran los dones del servicio y la lealtad. A ella le gustaba estar detrás de sí misma y su entrega final fue la de su candor acerca del fin que se acercaba. Ella decía a menudo acerca de la muerte "estamos esperando en una parada de ómnibus, nuestro ómnibus viene, y simplemente lo abordamos..."

En estos tiempos cercanos a la muerte de Aitken Roshi, a 16 años de que "tomara su ómnibus", recuerdo con inmensa gratitud y amor y alegría a Anne Hopkins, así como al viejo Koko An Zendo.

Vaya como agradecimiento y homenaje esta humilde y sentida traducción de una de las pocas cosas publicadas su autoría.

Augusto Alcalde

Septiembre 18 de 2010

saludrebelde@yahoo.com.ar

A pesar de mi misma

Anne Hopkins Aitken

Es sólo recientemente que me he hecho íntimamente consciente de que el corazón del Zen yace la compasión.

Y con esta realización devino cierta comprensión de las influencias, la mayoría de ellas pasando desapercibidas como tales, que me guiaron al Zen.

Uno de mis recuerdos más tempranos es de estar arrodillada frente a una ventana abierta del dormitorio, en una helada y oscura mañana, mucho antes de que fuera tiempo de levantarse. Del otro lado del jardín, en una calle empinada, un hombre estaba entregando la leche que tenía en un carro de madera. Su caballo estaba forcejeando en nuestra colina helada, y él lo estaba apremiando con gritos y golpes de látigo para que siguiera adelante. Y debajo mío, mi madre en camisón corriendo afuera de la nieve, indignada por su crueldad, gritándole que se detuviera.

Esta conciencia de las necesidades y dolores de los demás, y el sentido de una responsabilidad personal de hacer algo, lo que uno pudiera, para ayudar, era una parte de nuestra norma familiar que se daba por sentada-no tanto una influencia como una reacción incorporada en nuestra estructura.

Estaba confinada dentro de los límites de una porción de la sociedad confortablemente situada y convencional. En esos tiempos, quizás mi madre nunca pensó en los problemas del lechero, la probabilidad de una familia temblando de frío en alguna vivienda inadecuada en medio de ese clima severo, dependiendo de que él usara los medios que pudiera para conseguir dinero para alimentos y carbón.

Pero la gentileza de su corazón y, quizás lo más importante, la aceptación inmediata de la responsabilidad personal, eran vividas en su acción.

La otra influencia fuerte en mi vida fue la actitud abierta de mis padres hacia la religión.

Aunque aparentemente convencionales en su pautas generales de vida, eso era enriquecido por el hecho de que eran buscadores religiosos.

Ciencia Cristiana, sesiones con mediums, numerología, escritura automática, misticismo cristiano, astrología, grafología, teosofía, guías espirituales, conferencias de Krishnamurti- todo eso era, en algún momento, parte de nuestras vidas mientras crecimos, y con distintos grados de tolerancia entre los cuatro niños, se daba por sentado asi como las colecciones de música y campamentos de verano en los lagos de Wisconsin.

No se nos trataba de imponer nada de esto, excepto quizás la astrología que mi madre tomó muy seriamente durante unos años, y por lo cual recibió bastantes bromas de sus irreverentes adolescentes.

Desafortunadamente un trabajo compartido en una escuela presbiteriana dominical cuando tenía alrededor de 12 años, me dejó con una sensación de que el cristianismo era una colección de historias más bien aburridas, y más tarde con una asistencia renuente a una iglesia episcopal para complacer a mi muy querida abuela, sólo me llegó como una serie de himnos insípidos no muy bien cantados y un anciano benévolamente divagando sobre algo impreciso desde el púlpito.

Ahora me sorprende que las cualidades místicas y dinámicas del cristianismo que podrían haberme tocado profundamente aún entonces, puedan haber sido tan completamente oscurecidas ya sea por sus propios proponentes o por mi propia y obstinada falta de respuesta atenta y sensible.

El interés de mi padre a lo largo de toda su vida, por la vida del espíritu, de fue la influencia más fuerte en mi propia comprensión religiosa.

Había abandonado el colegio superior después de terminar el primer año para ayudar a mantener a su familia, pero sí había educado pasando todo el tiempo libre en las librerías de segunda mano de Chicago, hablando con los dueños, fijándose a sí mismo cursos de lectura, y comenzando su propia colección de libros.

A través de los años, ésta creció hasta convertirse en una interesante biblioteca de una variedad poco común, incluyendo entre otras especialidades los libros de su propio interés particular, que abarcaban desde D.T. Suzuki, Vivekananda y Aurobindo hasta el Sufismo, y el misticismo, Charles Fort, y las teorías sobre la vida después de la muerte.

El interés de mi madre por la grafología la puso en contacto con una mujer quien, por dos dólares y un párrafo escrito a mano, daba de vuelta un análisis del carácter frecuentemente agudo y sorprendente.

Estábamos todos intrigados por esto, aunque algunas veces nos indignábamos enormemente porque algunos nuevos amigos se sometían al proceso. Mi propio análisis parecía bastante acertado, y terminaba con la frase: "tu alma esta siempre hambrienta, ¿pero con que la alimentas?".

A pesar de lo sentimental de la fraseología, creo que su intuición y la acertada.

Mirando hacia atrás ahora veo cuánto era lo que anhelaba, y sin embargo hubo muchos indicadores que ignore, puertas a las que eche una hojeada y luego pase de largo sin abrirlas, tantas experiencias de las cuales no comprendí el significado fundamental.

Sin embargo, en otro sentido esto también fue una preparación.

Debido al sentido de responsabilidad que mis padres como componente no mencionado de mi crianza, quizás sólo fue natural que, sin que me urgieren a ello, me involucrada en trabajo social

Cierto invierno en Londres, yo y la amiga con quien compartía un departamento trabajábamos en un pequeño centro de asistencia en el distrito pobre de Kesington, donde todas las jóvenes y la mayoría de los muchachos entraban a las fábricas a los 14 años. El director, un hombre joven esforzado y carismático, queria por sobre todo que probaran algo del mundo de las cosas hermosas, con la esperanza de agregarles una dimensión que tuviera un sentido perdurable en la vida monótona y los aguardaba.

Más tarde viví y estudié en un excelente centro asistencial en el distrito polaco del sucio sudoeste de Chicago.

El viejo y decrépito edificio en el que vivíamos y trabajábamos no sólo brincaba sobre el estrépito surgido del tren "L", que pasaba cada 20 minutos, día y noche, sino que estaba a mitad de un camino entre los corrales de ganado y el vaciadero de basura de la ciudad, y como solíamos decir, en una calurosa noche de verano ciertamente lo sabías.

Él Centro Gads Hill estaba dirigido por dos mujeres compasivas y absolutamente comprometidas, una de las cuales era profesora de sociología en Northwestern.

Tenían unas mentes agudas, un duro y vigoroso juicio al estilo Nueva Inglaterra, y un gran sentido del humor, una combinación invencible en esta difícil situación en que se hallaban.

Durante la Segunda Guerra Mundial, esas experiencias parecieron guiarme natural y progresivamente a convertirme en una trabajadora profesional de la Cruz Roja, en el sector de las enfermeras en bases del ejército y haciendo trabajo de recreación en hospitales de las bases; la mayor parte de mi experiencia fue en pabellones psiquiátricos y con casos de cirugía plástica, y descubrimos que, especialmente con la cirugía facial, estaba dentro de las heridas y psicológicamente más traumáticas, aún más que la ceguera.

Pero todo esto está lejos de ser una historia entera, y mirando hacia atrás me siento un tanto consternada, no por el tiempo que pase a la deriva sin otro objetivo que "divertirme" sino por los recuerdos de mis reacciones ensímismadas que me separaban de cualquier cosa que fuera algo más que una consecuencia superficial de las situaciones y de la gente, aún de aquellos a los que amaba.

Hubo períodos, mucho más largos que meros intervalos, en los que me movía en una corriente de búsqueda del placer, participando reuniones divertidas, cambiando trabajos ante un impulso, y en cierto momento hasta rechazando tanto la poesía como el misticismo, y mis anteriores compañeros íntimos, porque sentía que estaban en conflicto con mis intereses políticos más bien superficiales, y con la jovialidad de una vida bulliciosa en ese lugar y más tarde en la Ciudad de México.

Cuando terminó mi trabajo con la Cruz Roja, asistí durante dos años a la escuela de arte, y pase y los tres años siguientes en México.

Fui con algunos artistas amigos, y pronto formamos parte de la colonia de expatriados en el hermoso y pequeño pueblo de San Miguel de Allende.

Allí había una especie de escuela de arte, pero pocos de nosotros estábamos pintando muy seriamente. Era otra vez la búsqueda del placer, la libertad de hacer exactamente lo que queríamos en el momento en que nos daba el impulso, ésa era la tendencia dominante de nuestros días.

Después de tres años de esa libertad, me encontré aburrida más allá de lo inimaginable y para asombro de la mayoría de mis amigos, decidí regresar a casa y-nada menos que-trabajar.

Tuve la buena fortuna de tener conexiones que me llevaron a una escuela co-educacional para pupilos (internados) en Ohio, California, donde enseñe e inicie un trabajo administrativo durante siete años; y allí conocí a Robert Aitken.

Por esos tiempos ya había recobrado mi relación con lo religioso y la poesía, y su interés por el Zen me atrajo inmediatamente.

Algún tiempo más tarde, mi padre me mostró una carta que yo le había escrito desde Inglaterra cuando tenía 18 años. Había terminado de leer un libro sobre Zen, y le escribí que ahora sabía que el Zen era el camino espiritual para mí.

No sólo había olvidado la carta, ya que aparentemente el pensamiento del Zen ni siquiera se cruzó por mi mente en los 20 años o más que siguieron a esta carta.

Bob y yo nos casamos en un mes de febrero, y ese verano fuimos a Japón en luna de miel, yendo directamente al monasterio de Ryutaku donde, hacía alrededor de siete años, él había vivido y entrenado.

Mi recuerdo es que llegamos el día anterior a un Sesshin de siete días al que Bob estaba ansioso de asistir.

Ni siquiera se planteó mi asistencia-era lo último que yo quisiera hacer de todos modos.

Habíamos hecho Zazen unas pocas veces en una pequeña habitación de nuestra casa de adobe en Ohio, y yo había mostrado las reacciones incómodas de un principiante no del todo convencida.

Los almohadones no eran cómodos, el incienso era muy fuerte y mi hacía toser y... y....

Estábamos bajo las tensiones del fin de año escolar, y Bob fue lo bastante inteligente como para no insistir con la cuestión.

Así que en Ryutakuji el abad, Nakagawa Soen Roshi, que había sido un buen amigo de Bob desde hacía un tiempo, siete años atrás, en que él había estado entrenando allí, hizo todo los arreglos para que estuviera cómoda en una pequeña habitación de huéspedes.

El angosto balcón miraba a un pequeño estanque y jardín, detrás del cual estaban los arces y pinos de la colina empinada contra la cual estaba construido el hermoso templo.

Consciente de que me sentiría sola, Soen Roshi me mandó regalos especiales de fruta y tortas, y me dio para que leyera cuanto libro tenía en inglés, e hizo arreglos para que su asistente personal del área en su bicicleta los 2 km que había hasta Mishima, para comprarme cualquier cosa que pudiera querer (pedi un poco de papel de arroz, tinta Sumie y un pincel).

Uno de estos libros me proporcionó una buena trampa.

Era una traducción del siglo XIX de algunos sutras y preceptos, y di con una sección que enumeraba los diferentes modos en que uno acumulaba mérito.

Por alguna razón ésa palabra "méritos" me provocó una fuerte reacción. ¿Acumular méritos? ¿En todo caso que era esto?

¿Era el Zen una clase de jerarquía superior de boy scouts que tenía como objetivo pequeñas estrellas doradas y una insignia de águila sobre un aleteante hábito negro?.

Con nadie con quién hablar que pudiera darme un marco de referencia razonable contra el cual mis inclinaciones pudieran rebotar, me entretuve en encontrar causas crecientes de irritación, no deteniéndome nunca a considerar que podía haber algún error en mis percepciones.

También estaba realmente trastornada por la idea del Kyosaku, al que, como la mayoría de los occidentales no familiarizados con el Zen, no podía visualizar de ningún otro modo más que como castigo.

La línea de Dokusan se formaba en el ancho pasillo del otro lado de los tabiques de la puerta de mi dormitorio. Quizás la madera de este edificio del siglo 18 estaba combada, o quizás no pude resistir y echar una ojeada, pero la escena era tan vivida, y mi impresión de los monjes arrodillados en fila, aguardando la campanilla distante, parecía contener una sugerencia ominosa de severidad y miedo, que los ocasionales gritos y golpes que llegaban de cuarto de Dokusan no contribuyan a disipar. ¡Qué equivocación!.

Entonces de pronto todo término, Soen Roshi apacible y amigable, los monjes relajados joviales, y "mérito" fue reducido a una interpretación sensata.

Pensé: quizás, después de todo no necesito sentirme tan precavida sobre este asunto del Zen.

Unas semanas más tarde, después de algunos viajes con Soen Roshi que incluyeron escalar el monte Fuji, (lo que me es todavía difícil de creer), era ya tiempo para un Sesshin al que todos estaban esperando.

Un anciano sacerdote muy especial, llamado Yasutani Roshi, iba a realizar el Sesshin en un pequeño templo campestre llamado Raikoji, al norte de Tokio.

Yasutani Roshi estaba a la cabeza de un pequeñísimo grupo laico al que nadie en los círculos "formales" del Zen prestaba mucha atención, y su propio templo no era más que una pequeña casa en algún barrio perdido de Tokio.

Nakagawa Soen Roshi era abad de un prestigioso monasterio.

Se decía por allí que su maestro, el abad anterior, había sido consultado por el Emperador, y el mismo tenía una reputación en todo el país de ser el mejor poeta moderno de Haiku de Japón.

Sin embargo, Soen Roshi iba a actuar como guía del Zendo (Jikijitsu) y como intérprete de Yasutani Roshi, algo inaudito, aún en alguien que siempre estaba haciendo lo más inesperado.

Nuestros viajes con Soen Roshi lo habían revelado como uno de los compañeros más deliciosos de viaje, quien, a veces silencioso y distanciado, podía ser cálido e inventivo, comunicativo y alegre, y cuya espontaneidad evocada lo inesperado de cada momento o situación, y también de cada persona.

Cuando llegó el momento de que fuéramos a Tokorozawa, el pequeño pueblo cuyo templo era Raikoji, Soen Roshi me miró con expresión lúdica activa y dijo: "por supuesto, no hay razón para que tú vayas a asistir al Sesshin. Hay una pequeña posada cerca...".

Así que manejamos arriba y abajo por las calles, buscando en vano la posada que quizás se había venido abajo o quizás nunca había existido.

"No importa" dijo Soen Roshi, "conozco un muy buen lugar en el que puedes quedarte estarás muy cómoda".

Así que cuando anocheció llegamos a una pequeña y prolija casa del pueblito, donde recibimos la más cálida de las bienvenidas de un médico que hablo con nosotros en un inglés vacilante, mientras su esposa y su anciana madre no servían de sus hijos miraban asombrados a los forasteros.

El médico había añadido recientemente a la casa una gran habitación para uso de su madre, y me fue otorgado el lugar honrado al lado del tokonoma (alcoba ceremonial).

Había bastante espacio para ambas, la anciana dama y yo, y aquí podía en verdad están muy cómoda mientras los demás estaban sentados en Sesshin en el pequeño templo del otro lado de la campiña.

Pero Soen Roshi, como siempre, tuvo la última palabra.

A las 3:30 de cada mañana la anciana dama se levantaba, y mucho antes de las cuatro ya estaba trotando o de locura sendero que llevaba al templo.

Simplemente no pude quedarme acostada allí, agradablemente envuelta en mi acolchado; esto sería muy humillante, y al segundo día yo estaba trotando ya a su lado.

El principal, y único, salón del templo era un edificio de una sola habitación de 8 m² y cerca había una casa muy pequeña. Esta pequeña casa consistía de dos habitaciones, una para el sacerdote resistente, la otra contenía un pequeñísimo ofuro (bañadera) y la cocina más pequeña posible, equipada con dos braceros de carbón.

En el terreno de atrás había un aljibe y un solo retrete.

El salón del templo estaba cerca de un río, y bajo una de sus paredes pasaba un sendero que era de uso público.

Como hacía calor, todos los shoji (mamparas) estaban abiertos.

Fui recibida sin sorpresa, y fui sentada en una dura silla de comedor tapizada en un terciopelo azul brillante, y me senté durante el Sesshin enfrentando los arbustos verdes del otro lado del sendero público, mirando cómo la gente que pasaba me miraba a mi.

En realidad esto es un poco exagerado.

Creo que los lugareños eran respetuosos del templo y de nuestros procedimientos, pero encaramada sobre esa silla justo encima del sendero, me sentía un tanto conspicua.

Por lo que recuerdo, no me importaba.

No quería hacer Zazen, y realmente no tenía idea de cómo hacer Zazen, y (por lo menos durante la mitad del tiempo) me decía continuamente a mí misma que no lo iba a intentar nuevamente.

Y sin embargo cuando iba a Dokusan con ese maravilloso anciano de ardiente vitalidad, y él enfocaba toda la energía de su frágil cuerpo en lo que me estaba diciendo, era imposible no conmoverse, y entonces a intervalos, comencé a intentarlo.

Mientras el Sesshin ganaba ímpetu y el espíritu de la Sangha se hacía más fuerte, comencé a sentirme más parte de él, más en armonía con el dedicado empeño de esos serios estudiantes en de todas las edades apiñados en esa única habitación pequeña.

El fin del Sesshin fue para mí un momento emotivo inesperado, con el reconocimiento de dos Kenshos, uno de los cuales había sido totalmente tranquilo, y el otro muy dramático.

Al participar en las reacciones de los dos estudiantes involucrados y en las de los otros miembros que se regocijaba con ellos, no pude dejar de comenzar a tomar conciencia de la profundidad e importancia de lo que había ocurrido.

Pero no fue hasta un año más tarde, cuando Soen Roshi vino a Los Angeles después de la muerte de Nyogen Senzaki Sensei y llevó a cabo el primer Sesshin en los Estados Unidos en el pequeño departamento de Sensaki Sensei, que comencé, todavía sin mucho entusiasmo, a tratar de hacer Zazen.

Tres años más tarde, cuando Soen Roshi volvió y dio su primer Sesshin en el Koko An original, alli si comencé a practicarlo de todo corazón.

Pasaron 12 años antes de que pasara mi primer Koan.

Ahora, mientras mi práctica se profundiza, sobre cada vez más consciente de cuan " vasto e insondable" es el camino del Buddha, y a la vez cuán simple.

Siento una gratitud más allá de toda palabra hacia mi maestro actual, Yamada Koun Roshi, que ha hecho lo máximo posible para alentarme en este camino.

1 comentario:

  1. Augusto, acabo de leer el texto, muy hermoso y honesto. Te agradesco por compartirlo y a Anne, por algo que me deja una sensación enorme de generosidad.

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